dimanche 3 juin 2012

La ciudad de los perros

Esta semana escuché en la radio una noticia que me dejó patidifusa: las autoridades encontraron cincuenta perros en el apartamento de una habitación de una señora cuyos vecinos se quejaban de los malos olores.  Es de suponer que la doña tiene problemas de salud mental, pues este es un caso extremo, pero lo cierto es que los  franceses, eso de que el perro es el mejor amigo del hombre, se lo toman muy en serio. A pesar de vivir en apartamentos relativamente pequeños, no se privan de tener canes de todos los tamaños y esto, por supuesto, tiene sus consecuencias.  

Recuerdo mi primera visita al apartamento del padre de mi ex.  Al abrirse la puerta, en el comité de bienvenida, me topé con dos perros casi tan grandes como yo, que enseguida vinieron a olfatearme y se quedaron lo que a mí me pareció un buen rato con el hocico pegado a mi ropa nueva. A todo el mundo eso le pareció de lo más normal, y ni a mi entonces novio, que bien sabía cuán alérgica soy a estos animales, se le ocurrió sacármelos de encima. Enseguida entendí que eran ellos los dueños y señores de aquella morada. Yo, que quería causar buena impresión, no me atreví a decir nada, y me pasé el resto de la noche estornudando.  A pesar de todo, me dio pena con aquellos pobres perros, que hubieran estado mejor en un patio, con espacio para corretear, en lugar de allí encerrados, tropezándose con los muebles.

Claro que los amos saben que sus amigos de cuatro patas necesitan salir, así que los sacan a pasear. Lo sorprendente es que los llevan prácticamente a todos lados. Una tarde de verano, en una de esas brasseries en las que las mesas están pegadas unas a las otras, sentí que algo peludo me rozaba la pierna. Jamás hubiera imaginado que, a mis pies, un cachorro esperaba que sus amos terminaran de almorzar. De momento pensé que lo tenían escondido, y que los dueños del establecimiento no estaban al tanto, pero luego descubrí que aunque existe una reglamentación que impide a los perros el acceso a algunos establecimientos que venden comida, como los supermercados y las panaderías, ese no es el caso de los restaurantes. La verdad es que no entiendo por qué la prohibición no se extiende a los sitios en donde se come. ¿Acaso hace falta enumerar todas las razones de higiene y de seguridad, sin hablar de la consideración con el prójimo, por las cuales un restaurante no es un lugar apropiado para un animal?

Y hablando de higiene y de consideración, no puedo dejar de mencionar la cuestión de los excrementos caninos que abundan en las calles de la ciudad. Reconozco que la tarea de recogerlos no debe ser muy agradable, pero es un deber de quien decide tener una mascota, con el que desafortunadamente muchos parisinos no cumplen. Durante mi primer año en Francia, varias veces regresé a casa con la suela del zapato llena de caca de perro. En aquella época, estaba tan maravillada con París que caminaba mirando a mi alrededor, y no lo suficiente al suelo. Pero con la experiencia, aprendí que para dejar de pisar mierda, había que caminar mirando con frecuencia hacia abajo. Por suerte, ya hace tiempo que domino la técnica y no he vuelto a tener este problema, pero me sigue molestando ver tanta caca a diario y por todas partes. ¡Qué lástima que una ciudad tan hermosa esté tan llena de mierda!

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