Ya estamos a mediados de agosto,
mes del “regreso a la escuela” en Puerto Rico, pero que en Francia es sinónimo
de vacaciones. Y aquí las vacaciones son sagradas. Quizás sea porque, históricamente,
Francia fue el primer país en el que se instauró la práctica de otorgar cierto
número de días de reposo remunerados en 1936. En aquella época eran dos semanas
al año, y hoy en día son cinco. Aunque es posible dividirlas a lo largo de todo
el año, lo cierto es que la mayoría de los franceses prefiere tomar una buena
parte de ellas durante el verano, para disfrutar del buen tiempo. Por eso, a partir de julio, pero sobre todo
en agosto, hay un gentío en los aeropuertos y las estaciones de tren, y son
comunes los tapones de horas y horas en las autopistas, particularmente las que
conducen de París al sur. Y es que para la mayoría de los franceses, es
inconcebible estar de vacaciones si no se va a algún lado. Quienes tienen un
presupuesto bastante limitado van a visitar a familiares o a amigos en otras regiones,
o a pasar unos días en uno de los muchos campings
que hay en todo el país. Hay incluso organizaciones que recaudan fondos para mandar
de vacaciones a niños cuyos padres no tienen los recursos para ofrecérselas, lo
que significa que se considera como una prioridad, casi una necesidad.
Cuando los parisinos se van, la
diferencia en la ciudad es notable. Aunque
sería exagerado decir que todo se paraliza, lo cierto es que muchos negocios
cierran y tanto en las oficinas de gobierno como las de la empresa privada hay
muy pocos empleados. Quienes se quedan saben que para muchas gestiones, habrá
que esperar a principios de septiembre. Pero quedarse también tiene sus
ventajas. A pesar de que París no se vacía nunca, pues aunque muchos de sus
habitantes se marchen, siempre están los turistas, hay menos gente en el metro
en la hora pico y menos filas en el supermercado. Además, hay muchos
conciertos, cine al aire libre, y hasta una “playa” artificial a orillas del
Sena donde se puede ir a broncearse y a disfrutar de actividades de ocio muy
variadas. Por eso, no soy la única en pensar que es placentero estar en París
en agosto. Pasear por sus calles y sus jardines los días soleados y cálidos (que
en el año no son tantos), me hace sentir como si estuviera volviendo a descubrirla y a enamorarme de ella.